martes, 18 de noviembre de 2008

Relato

LA VARA DE PESCAR DE UN CHAMBACUNERO
Por Juan V. Gutiérrez Magallanes
Asociación de Escritores de la Costa
Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa
RENATA


La vara de pescar, permanecía recostada en el rincón de la izquierda del segundo cuarto que se encontraba al entrar a la accesoria por el patio, esto lo describo así porque era muy frecuente permanecer en el solar posterior, por eso la puerta de la calle permanecía, casi siempre cerrada , hasta las tres de la tarde, cuando se abría para poner la mesa de frito de propiedad de mi abuela. Estar en el patio era una oración que le hacíamos a la fraternidad porque allí se rompían las barreras, ya que por los altares de la cocina se repartían los olores dulces y sabrosos, aquello nos daba una alegría de : “barriga llena corazón contento”.
La vara reposaba en la esquina del segundo cuarto, pero todos día variaba su posición porque mi abuelo, la tocaba y le estiraba el alambre, que hacía de cordel o cáñamo para sostener el anzuelo en su extremo, aquel garfio era de un número grande , destinado para peces, como eran los róbalos congos que merodeaban en grandes cardúmenes por las aguas que golpeaban la punta de La Tenaza del inicio del antiguo Boquetillo, o los sábalos mayeros que muchas veces lograron pescar en el “Vuafe “ de la casa de Martín, ésta tenía el patio colindando con las aguas del mar Grande en el Boquetillo. El madero de la vara, se había obtenido de una rama gruesa de un árbol de totumo que había encontrado en uno de los solares abandonados de Bocagrande, la vara tenía alrededor de un centímetro y medio de radio, era resistente, ya lo había demostrado en muchas ocasiones, pescando en las playas de Bocagrande, con el agua a la cintura, sin temor por el tiburón-el abuelo sabía a que lugares del mar podía entrar sin el preaviso de sus dioses, él había aprendido los secretos de ese mar muy temprano y a conocer la peligrosidad de cualquier fiera marina por el brillo de su espolón, de esa aleta dorsal que sobresale a la superficie cuando el pez sobrenada a media agua, así que él era un pescador tranquilo. Eso sí, era muy respetuoso del silencio del mar, cuando no había luna, cuando esta no se apreciaba en las noches que se enfrentaba al mar en ocasión de pesca. En el manubrio de la vara, tenía unas ranuras, cada una de ellas, resumía una historia, que podía transformarse en leyenda, según el momento o la ocasión para narrarlas.
La vara era la varita mágica de mi abuelo, cuando los días se iniciaban con mucha sobriedad o sin la conversación de los sabores que estaban ausente en el braseros ; mi abuelo, me llamaba y me aseguraba la buena pesca que haría.
Al pasar mi abuelo por el puente de madera, tiraba un atarrayazo para sacar las sardinas que utilizaría como carnada para el pez que debía atrapar. Porque mi abuelo siempre colgaba la atarraya al lado de la vara, él sabía tejer las atarrayas, nunca aceptó atrapar peces pequeños, al mar lo consideraba como una madre grande, que siempre tiene mucho que brindar. La vara y la atarraya, eran sus herramientas de esperanza.
Ya con las sardinas y su vara nos encaminábamos hacia la Punta de la Tenaza de la playa del Cabrero. Había algo muy especial en el acompañamiento que le hacía a mi abuelo, que sólo pude explicarme ya cuando crecí. Al bajar el puente de madera de Chambacú, iniciaba una especie de cuento, que después comprendí que aquello hacía parte de la historia de Cartagena: _Mira, esa punta de muralla que nos permite ver la calle de San Pedro Mártir, lleva ese nombre por el Baluarte de San Pedro Mártir que se continúa con el cordón de muralla hasta llegar al Baluarte de San Lucas, atravesado por la puerta que lleva por nombre: Paz y Concordia, ese nombre se le dio en honor al gobierno de Rafael Reyes, yo tenía aproximadamente nueve años, porque yo nací en el mil novecientos, en Pasacaballo. __ bueno volviendo al Baluarte de San Pedro Mártir, mi abuelo dejaba la historia trunca, en cuanto al resto de muralla__ los Baluartes de : San Andrés, San Pablo y San Pedro Apóstol, este último se unía a la Puerta del Reloj que se unía a la Puerta del Reloj__ conocidos por él en tiempo de su juventud, ya que habían sido demolidas en el 1919__ Cuentan que afortunadamente los dineros para el gasto de la demolición, fueron raponeados por dirigentes de ese momento, de lo contrario, hoy no existieran . Aligerábamos el paso y entrábamos por la puerta de Santa Catalina, entre los Baluartes de San Pedro Mártir y San Lucas, llamada así por el Baluarte del mismo nombre, seguíamos hacia la derecha y me mostraba la Reculada del Ovejo, para seguir hacia las Bóvedas, donde me mostraba la primera bóveda, que había utilizado su familia como vivienda al inicio del mil novecientosuno, cuando llegó su madre viuda de Pasacaballo.
Llegábamos a la Playa, extendía su vara y entraba al agua, dejando que esta le llegara a mitad de muslo, esto con la intención de poder jugar con los arranques y tirones del pez, una vez que hubiese mordido el anzuelo, debía estar muy atento y apretar con fortaleza el extremo de la vara. Allí era donde , yo recordaba las anécdotas contadas por él , aquellas cuando estuvo trabajando en telar de los Espriellas en la fábrica que se quemó, frente al campo de la Matuna, él era un hombre de mucha fuerza, y ahora lo demostraba especialmente cuando le tocaba luchar con un pescado de quince kilos y de la clase del jurel, uno de los peces de mayor fuerza en sus aguas, porque para el sábalo o el róbalo, él tenía sus mañas.
A la hora de estar allí, mi abuelo se enfrentaba a los tirones de un gran pescado y a puro pulso le ganaba la lucha al animal, quedaba cansado en la playa, por unos instante, el cansancio se extinguía en un suspiro profundo y volvía a mirar con serenidad los restos de los pedazos de madera que quedaban incrustados en la muralla, como recuerdo del Boquetillo de ayer donde tiró sus primeras bolas de béisbol y anotó sus carreras ganadoras. Volvía a su realidad, la alegría era inmensa porque volverían los olores en el patio y la vara con la atarraya a esperar otro tiempo de pesca.
La vara y la atarraya con el tiempo se alejaron de las aguas de la ciénaga de El Cabrero y Chambacú.
juanvgutierrezm@yahoo.es

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