sábado, 24 de enero de 2009

Crónica: Diez años después del Terremoto

CALARCÁ, ¿A alguien le importa?
HUGO HERNÁN APARICIO REYES
(Director del Plegable Poetintos
www.calarca.net/poetintos )


Hace ya una década, el departamento del Quindío y sus vecinos, sufrieron los efectos de un intenso sismo que, en el caso de Calarcá, además de cobrar numerosas vidas humanas, causar lesiones en víctimas supervivientes y grave destrucción material, puso al descubierto las debilidades, tanto de las edificaciones, como de la sociedad que las habitaba. Cumplida en forma satisfactoria la reparación física, el avance en desarrollo urbano de algunas de las ciudades afectadas –ejemplos, Armenia, pero en forma especial Pereira- es notable. No obstante, los factores socio-económicos críticos de nuestro municipio y del entorno quindiano siguen mostrando tanta o mayor vulnerabilidad que la de entonces.
Conviene recordar, aún con el riesgo de incurrir en manidos diagnósticos, que Calarcá ha padecido un agudo deterioro en sus índices de desarrollo durante las dos décadas anteriores (ver Informe Regional sobre Desarrollo Humano del Eje Cafetero patrocinado por la Agencia de las Naciones Unidas para el Desarrollo PNUD). En ese lapso, el sistema socio-económico regional sustentado en el monocultivo, sufrió la ruptura del Pacto Internacional del Café, el consiguiente desplome de los precios e impredecibles fluctuaciones de las tasas de cambio de divisas. A cuenta de ello y de la carencia de alternativas, la economía local, afectada también por crisis crónicas y por las medidas neoliberales de reducción del aparato estatal, sufrió cambios drásticos que aún no asimila. Otros factores que intervienen en la situación actual son:
-Secuelas del terremoto, tales como la atípica migración resultante del asistencialismo aplicado en el proceso de reconstrucción.
-Brechas sociales profundas, abiertas por la histórica inequidad estructural en la distribución del ingreso generado por la caficultura y demás actividades productivas.
-Incapacidad del sector agrícola y pecuario para absorber mano de obra no calificada (jornaleros rurales), que representa el grupo social más numeroso y vulnerable.
El turismo de las fincas cafeteras, opción relativamente exitosa en cortas temporadas anuales, lo es más para sus propietarios que para el trabajador rural; el valor agregado del servicio de hospedaje es mínimo y lejos de generar labor, la extingue.
-Reducción sustancial del ingreso familiar dependiente de remesas de residentes en el exterior, por la recesión económica global.
-No se adelantan programas de reconversión de uso de suelos.
-Carencia de cultura y desarrollo empresarial.
-Débil disposición hacia la inversión alternativa: a la actitud tradicionalmente apática de los potenciales inversionistas locales o regionales, se suma la inefectividad de instrumentos como la Ley Quimbaya, exenciones de impuestos municipales, etc.
El más grave efecto de todo lo anterior, es la alta desactivación de mano de obra y talento humano, calculada en no menos del 30% de la población en edad productiva. El desempleo y la sub-ocupación laboral, a su vez, auspician lacras sociales: drogadicción, prostitución, enfermedades de transmisión sexual, violencia intrafamiliar, deserción escolar, delincuencia común, desconexión de los hogares a los servicios públicos, indigencia, entre otras.
Posibles mejorías en el clima económico nacional, expresadas en cifras globales y divulgadas por los medios informativos, se perciben en las grandes ciudades, donde interactúan en forma intensa y con efecto multiplicador los diversos sectores económicos. En cambio, regiones como la nuestra, no vinculadas en forma directa a esa dinámica, sin alternativas productivas; aferradas al frustrante señuelo del turismo interno, deben resignarse a un proceso mucho más lento de recuperación.

Reconstrucción sin activación

La tarea reconstructiva tras el terremoto, tan eficaz en reponer y reparar las edificaciones, no lo fue en el plano social ni en la activación productiva. El modelo FOREC, impuesto por el gobierno Pastrana –cuyo compromiso con la región ha sido reconocido con justicia-, fracasó en estos campos, tanto en los resultados, como en aplicar un esquema impuesto desde afuera, pensado en los escritorios capitalinos como una fría ecuación de rendimiento financiero, de la cual se sustrajo al ser humano afectado por la tragedia. Los habitantes de la región terminamos por sentir la reconstrucción como una tarea ajena, forzada; una veloz reposición de muros, de la cual fuimos objetos mas no sujetos, más espectadores que actores, más beneficiarios de ayudas que protagonistas.
Nos quedaron, además de coloridas fachadas tras las cuales perviven las miserias que antes escondían los inquilinatos, la frustración de no haber reconformado comunidades organizadas, participantes, apropiadas de su destino, con las opciones creativas de actividad que exige el mundo de hoy. Se perdió entonces una oportunidad trascendental para hallar salidas hacia la prosperidad y dignidad colectivas.

La historia se repite

Tal parece que una nueva e irrepetible oportunidad para el municipio y sus habitantes, se frustrará, se perderá. Calarcá incurre ahora en otro enorme error histórico sin corrección futura posible. Nos referimos a la apatía institucional y colectiva frente a la ejecución de macro-proyectos nacionales de infraestructura vial, con incidencia directa en la geografía de nuestro municipio: Túneles y dobles calzadas desde y hacia Cajamarca, Armenia, y el Valle del Cauca.
La actitud pasiva, indiferente, que muestra el municipio al comprometer su más valioso patrimonio público, el recurso ambiental, para satisfacer necesidades estratégicas del país y del continente, sin asegurar contraprestaciones justas por parte del gobierno nacional, sin tener una agenda de diálogo y concertación con el mismo, sin preservar su propio interés estratégico, cediendo su obligante papel protagónico a favor de la avidez de conocidos mercaderes del “desarrollo” del Quindío es, no solo lamentable, sino inexcusable.
El tramo que cruza la Cordillera Central por territorio de Calarcá es parte vital del sistema nacional de vías. Además de dar salida a la actividad agrícola, comercial y fabril del sur-occidente colombiano, soporta el flujo de carga desde y hacia el puerto de Buenaventura (el principal del país), Pereira (Autopista del Café), norte del Valle del Cauca (Cartago – Quimbaya – Armenia); desde y hacia los vecinos Ecuador, Perú, centro y norte del país, e incluso Venezuela. La relación de nuestra Calarcá - vértice de estas troncales-, con la actividad del transporte, es ineludible. Asume, de una parte, los problemas originados en el gran volumen de tráfico, sobre todo de vehículos pesados: altos niveles de ruido, contaminación atmosférica por emisión de gases, accidentalidad, contaminación de fuentes hídricas por continuos derrames de hidrocarburos, sustancias químicas, aguas residuales del lavado de automotores y en los últimos años de la construcción del túnel de servicio, frecuentes trancones, acción de grupos armados ilegales, delincuencia común y marginalidad social a lo largo de la vía. De igual manera soporta el fraccionamiento físico y social del casco urbano por las “variantes”, integradas hace tiempo como avenidas interiores, con los mismos factores citados, incidentes en sectores residenciales; desorden que generan actividades relacionadas con el transporte, tales como talleres informales de todo tipo, lavaderos, montallantas y demás.
No obstante, a la fecha, salvo la gestión adelantada por un ignorado sector ciudadano, con la cual se logró la inclusión en el macroproyecto de un distribuidor vial en el acceso de Versalles, nada concreto se ha planteado ni acordado con el Gobierno Nacional. El asunto parece estar por fuera del interés ciudadano y de su liderazgo institucional.
Las obras de infraestructura de beneficio nacional (es de simple sentido común afirmarlo), no sólo deben prevenir, mitigar y compensar efectos negativos, sino abrir posibilidades concretas para las comunidades de los municipios afectados. Calarcá requiere, por ejemplo, asegurar la permanencia de las variantes sur y norte, en doble calzada, con obras de mitigación del fraccionamiento urbano, como ejes de desarrollo urbano, durante los próximos 20 o 25 años; desarrollar proyectos generadores de actividad laboral que racionalicen y fortalezcan la relación con la actividad de transporte y potencien otros sectores productivos. Se ha propuesto el montaje y operación de un Centro Integrado de Servicios para el Transporte de Carga, también un terminal de pasajeros, ojalá integrado con un parador de primera importancia como ingreso al suroccidente del país, entre otras posibilidades.
El tema quizás no rinda dividendos electoreros que sí producen los señuelos tradicionales; tal vez, como otros sugieren, es mejor no “malgastar” recursos del estado en proyectos de desarrollo local; más bien desalentar inversiones, disuadir la llegada de nuevos habitantes, y sentarnos a esperar, resignados, el estallido del Machín. Pero la sensatez indica que si no encontramos alternativas socio-económicas viables para el municipio, que garanticen su vigencia institucional y la prosperidad de quienes lo habitamos, Calarcá corre el riesgo de caer, en corto lapso, a la triste condición de barrio subnormal de Armenia. ¿A alguien le importa?
Calarcá, Quindío, 24 de enero de 2009

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