sábado, 31 de enero de 2009

Crónica

Anécdotas sobre el poeta Jorge Artel
Por Joce G. Daniels G.

Fue a finales de los años setenta cuando la profesora de Castellano, que había estudiado en una universidad de Bogotá, les dijo a sus estudiantes de cuarto año de bachillerato de la Escuela Normal, que consultaran la biografía del poeta Jorge Artel, e hicieran una cartelera con sus poemas, pues para esos días había escuchado por la radio y había leído en varios periódicos, que el mencionado vate andaba de bohemio por las islas del caribe y que como buen colombiano iba dejando en cada puerto un verso y en cada hotel un amor.
Esa mañana del lunes 23 de abril, cuando todas las niñas estaban sentadas con las piernas cruzadas para que no entrara ni saliera el aire y en el silencio propio de esos menestres, la profesora comenzó a llamar a cada una para que le mostraran el trabajo de la biografía. La mayoría de las zagalas se levantaron en tropel, fueron al escritorio de la maestra que, esa mañana estaba radiante y feliz, y cada una le leyó su investigación. La niña Olga Álvarez, una joven trigueña y tímida que aún tenía prendado en sus trenzas campesinas el olor de la balsamina, le mostró la cartelera en la que aparecía la foto de Jorge Artel, blanco, con bigotes, pelo liso y rubio y debajo un poema en inglés. Vestía como los militares gringos. Parte de su biografía decía que había nacido en un pueblo de Estados Unidos y de ella se habían copiado la mayoría de alumnas.
Cuando la niña Xiomara Madeleing una joven morena y alegre, de pelo encrespado, le leyó la biografía en que decía que “el poeta Jorge Artel, cuyo verdadero nombre es Agapito de Arco, nació en el barrio de Getsemaní y es el autor del libro Tambores en la Noche” y le siguió contando los pormenores de su vida con una precisión inusitada, que a la encopetada maestra, todo le pareció mentira, se llenó de rabia, cambió varias veces de color, se levantó de su silla y le grito: “Lo que usted dice no es correcto”. No solo exhibió a la pobre estudiante y le rompió el trabajo en la cara, sino que le puso el gorro de sanbenito y la sentó media hora en el patio a pleno sol, para que “aprenda a no mentir” y a Olguita, que había traído la verdadera biografía no solo, la puso como ejemplo ante sus compañeras, sino que le dio de regalo unos pollerines viejos de seda de olán, que ya la maestra no usaba.
Fue en las horas de la tarde de aquel día en que el jurado que debía escoger el mejor trabajo que se hubiera hecho acerca de un escritor, colombiano o extranjero, quedó sorprendido cuando leyó la biografía de Jorge Artel.
La profesora que tenía una lista de pergaminos y toda una aureola de buena fama, con una tesis laureada, solo se atrevió a decir que ella pensaba que ese escritor de quien la gente tanto hablaba, a quien los periodistas y locutores le leían sus poemas cada día, era extranjero, pero especialmente norteamericano. Jamás supuse, dijo cuando la despidieron de la institución, que de esta ciudad pudiese salir un escritor tan bueno, pues muchos de sus poemas me los se de memoria dijo.
En todo caso, las anécdotas que antiguamente fueron el fundamento de la Historia, que era el vaso sagrado en donde bebían las historiografías, que era el cáliz de la información, aún en nuestros días siguen teniendo vigencia. Pues hace pocos días me encontré con la protagonista de aquella anécdota y me dijo que ella al no encontrar en ningún libro de castellano ni de literatura colombiana la biografía de Jorge Artel, el poeta más importante y más famoso de Colombia en el siglo XX, no solo se sorprendió, sino que inventó de rabia la biografía. Con unos amigos fuimos cogiendo un poquito de algunos escritores hasta que hicimos la biografía. No era una trampa, sino un llamado para que aparecieran nuestros escritores en los libros de Literatura. “Y a pesar de todo, me dijo, aún en los libros, los escritores de esta parte no están”.

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