sábado, 21 de mayo de 2011

El Millero Encantado - Prólogo - Por José Ramón Mercado

NOVELA DE JOCE G. DANIELS G.




«No es peligrosamente temible lo que se anuncia vivaz,
Vigoroso. Lo que es del todo vulgar es lo
eternamente pretérito,
que siempre existió y siempre vuelve, y hace que mañana valga porque ha valido hoy»
SCHILLER.


La primera novela de un escritor del Caribe, debe ser un homenaje a los amigos, una razón de ser de la literatura, entre tantas otras cosas. Corroboro esta opinión basado en algún concepto de G.G.M, cuando dice: «Escribo para que me quieran mis amigos». Creo de la misma manera que el fracaso de un libro, además de la falta de publicidad, es la ineficacia de un marketing agresivo, como se dice ahora, es también, algo que tiene fundamento en la carencia de amigos. Pues, entre otras cosas también, un libro funciona de mano en mano, o de boca en boca, como aquella propaganda que hizo famoso al «Cigarrillo Piel Roja» por allá por los años 50 en el país, porque, a decir verdad, es la relación dinámica de los amigos, lo que en muchos casos nos recomienda un producto, a juicio de que en nuestro país, los libros no se imponen por la impronta de una crítica especializada, pues, a decir verdad, otra vez, ¿qué crítica especializada existe en Colombia? Gabo, dice: «me llevó mi primer ejemplar de -Pedro Páramo- y me dijo: ahí tienes para que aprendas». Se refiere, por supuesto, al momento en el cual, Álvaro Mutis, ponía en sus manos, la famosa novela en referencia del escritor mejicano Juan Rulfo, que tanto nos influyó en nuestros inicios literarios.

De manera que, El Millero Encantado, de Jocé Daniels, es una novela de amigos. Entre amigos. De muchos amigos. De una reverberante amistad nacida en los patios, en las calles, en las casas, en las plazas desmelenadas de cemento y adoquines. Allí en la albarrada llena de tropel, de voces desgarradas entre el murmullo pueblerino y la vocinglería del trópico inculto, sobre el lomo y el caballete del río Yuma. El mismo río Magdalena, que ha servido de camino y de alcantarilla a lo largo de nuestra conquista, del desarrollo y raigambre de la Colonia y de sus costumbres, hasta el despertar de la vida Republicana, y los posteriores aconteceres de los tiempos modernos, los estadios contemporáneos, y los días actuales.

A la orilla de este río Yuma, tiene epicentro las acciones de un ciento de protagonistas que como Mojarraloca, en Pueblo Bonito, discurren en una interacción permanente y viva, en donde estos habitantes de carne y hueso, gozan, sufren, trazuman, defecan como hablan, en un estado concupiscente a diario, pues en sí, es algo excelente que su autor nos enseña a padecer; este asunto, no es sin embargo, no es en esencia la mejor virtud de la obra, que el lector comprobará. Mi primera hipótesis, en este sentido, sobre uno de los logros de la obra en mención, es ese esplendor en ebullición cotidiana que se va marcando a través de cada página, del despertar de la gente y del pueblo, que empieza a desperezarse de esa especie de enorme siesta que viven y que han vivido nuestros pueblos del río a lo largo de su historia. Es decir, una vida en familia que alcanza para todos, pues cada día trae sus afanes, sus endriagos, sus alegrías, su fiesta, su identidad, su historia traqueteada, en donde todos tienen una porción de vida y de sueños. Incluso, su agua amarga y dolorosa que regresa al río a diario, otra vez, por la desembocadura desenfrenada de sus alcantarillas repletas de porquerías. Así vemos nombres intrascendentes como los de Arturo Bohórquez, el policía «que gustaba de llevar los revólveres de palo con las cachas hacia adelante como los legendarios pistoleros del Far West». Y así transcurren otros, iguales a Josenel, El Millero Encantado quien bajo el arrebato de los efectos del licor mal digerido se saca la pinga en un acto que él mismo nunca se perdonará jamás. Tercilia, la mujer de Mojarraloca que se casará en un lejano 27 de de octubre del 197 en un pueblo desmantelado y polvoriento llamado Guamal «sin más testigo que el chofer del willis, sobreviviente de la guerra de Hitler, que los había llevado expreso desde Mompox, y que por esas ironías de la vida, nunca jamás supieron su nombre». Como puede acontecer en la vida real.

Pero aparecen con la misma visión telúrica, también, personajes como Víctor Alfonso, quien dice a Edda, esposa de Jorge que Mojarraloca y Tercilia se habían casado esa tarde a escondidas en la iglesia de Guamal, la cual, expresa en seguida llena de una certeza infinita «Dios bendiga a ese par de locos».

De modo que la vida de Filomeno Ramiro Antonio Arce Cobo, alias Mojarraloca, es el centro o núcleo de la historia, pues, es él el mismo millero encantado, que «nació un domingo de marzo del año de 1.96…en La Mojarrita, una lancha de mala muerte que hacía su recorrido periódico entre Magangué y Barrancabermeja». Aparece además, Dorotea, la partera milagrera y vaticinadora, quien se da cuenta que él nace con el corazón al revés. De igual intrascendencia en su destino es su madre Hermelinda, que a excepción de haberlo parido no encontró otra gracia memorable en su hijo.

Parece a las claras que Josenel, no era un dechado de nombre, ni un joven apolíneo. El autor lo describe así: «Como todos los jóvenes de su tiempo se conoció con Tercilia en las calles del pueblo. Pero jamás tuvieron una amistad íntima. Se veían por casualidad en el parque, en el Teatro Granada, en las ferias de la cosecha, en la plaza de la iglesia, en la albarrada frente al río cuando arrimaban los buques de vapor a dejar pasajeros o aprovisionarse de carbón de leña para el combustible de sus calderas, en las fiestas familiares, en los fandangos o en los chandés, pero jamás los vieron bailando juntos». Con esas prendas el autor nos viste de la mejor manera, a esta pareja de novios en un corte transversal, pero profundo, de lo que son los escasos espacios sociales de unos pueblos, que han sido nuestros pueblos. Es allí donde la novela empieza a agarrar al lector hasta soltarlo a unas 2 o 3 horas más adelante.

«No me gustaba bailar con él, porque era muy bullanguero y hazañoso y me pisaba los callos de los pies con las abarcas, me dijo Tercilia». Agrega más adelante, el autor.

Con estas instancias y precisiones es algo suficiente para creer, que la ópera prima de Daniels es una joya encantadora y halagüeña para la lectura que estremece y subyuga, no por la historia recién inventada, no por su argumento original, ni porque estemos en presencia de una novela de fascinación barroca o de claves góticas como El Castillo de Otranto, ni tampoco una novela de visión onírica, como las que puso de moda el miedo, y el surrealismo de la posguerra europea. No, la novela «El Millero Encantado» aunque conserva un estilo y una estructura muy actual, representa una ruptura agresiva con el Racionalismo y las rígidas leyes literarias imperantes de esta época metida en los ventisqueros de la violencia irredimible. El escepticismo básico de la obra le permite descender los peldaños de su argumento, y fluir como las sucias aguas del río Yuma, pues ese ha sido el ambiente, el legitimo entorno de su creador , y él sabe que es allí en donde sólo puede zambullirse porque en el fondo sabe que allí no hay nada que temer. Sólo encuentra en ello un gracioso placer. Su zona de masturbación perfecta, discretamente matizada y condimentada con un ácido humor que inicia sus acrobacias desde la primera página, con el remoquete, incluso de la primera palabra de la novela, «Mojarraloca», lo cual significa entrar con pie derecho en el desbrozamiento de la obra. Es un logro además, por el uso de esa prosa coloquial, que es la prosa correcta. «Es la prosa que en Castilla y Aragón se llamaba «románpaladino», «el mester» que usaba el pueblo para «fahablar» a sus vecinos. ¿Correcta o incorrecta? ¡Bah¡ si se entiende es correcta. Y eso basta, porque alcanza el simple fin que persigue: la intercomunicación personal». No hay que agregar aquí cómo termina la novela. Incluso, de manera tendenciosa omitimos navegar por los afluentes de su argumento, pensando que eso es un asunto que le corresponde saber al lector primario, que es a fin de cuenta su receptor exclusivo. Al concluir, quiero agregar, con un decir de Quesseps que: «Estoy alegre aunque las puertas de mi casa amenacen ruina». Y aclaro a pie juntillas, al final de este ligero análisis, alegre, por cuanto que Joce Daniels, arranca con su primera novela, después de tantas parsimonias; pero confieso que me queda alguna incertidumbre, toda vez que, su autor pueda pensar que este parimiento signifique la consagración de su vida literaria, pensando en que el mundo de los lectores vaya a comprar y a agotar su novela. Lo más doloroso aún resultaría que nadie la alcance a leer. Y de otro manera, que la crítica en ningún momento se ocupe de los modos expresionales del pueblo, de la gente, «de los casi 100 protagonistas que asisten y transcurren por esta ópera prima.

Pero ya esto, en sí mismo es harina de otro costal, como dijera Antón Chejov.